8 jun 2007

De la mano de Peter Pan

El otro día entré en un ascensor exterior panorámico, gran parte de la cabina era de cristal y tenía unas vistas preciosas sobre la ciudad de Barcelona. En una de las plantas subió una niña con cabello rubio y rizado de, calculo yo, unos cuatro o cinco años aproximadamente, con su madre. Una mamá joven, moderna, igualmente rubia y de las que preferiría ser la "amiga" de su hija más que su madre. La niña rápidamente se abalanzó sobre el cristal para observar la ciudad a sus pies, atraída por la belleza y la fascinación, sobrevolando los edificios como si Peter Pan la llevase de la mano o una escoba mágica, quizá la Nimbus 2000, le otorgase el increíble poder de volar, viendo a la gente como hormiguitas, allá abajo.
El pequeño éxtasis visual, pequeño por el tamaño de la niña no por la intensidad de la emoción, ya que abría los ojos más allá de lo que le otorgaban sus propios párpados, fue interrumpido drásticamente por su madre, que se había quedado pegada literalmente a la puerta automática.

- Eva! Hija! No te acerques al cristal! Que da mucho miedo!

Y la moderna madre de cabello rubio repetía una y otra vez con una estúpida voz forzada de niña pequeña, como para que Eva entendiese mejor el mensaje.

- Uy, que miedo! Uy, que miedo que da!

La niña la miró extrañada, frunció el ceño, y trató de sentir ese miedo que no sentía; poco a poco se fue acercando a ella, hasta que hundió su carita en la falda floreada de su madre.
Cuando llegaron a su destino se cogieron de la mano, salieron del ascensor y la niña volvió a mirar de reojo la gran ciudad como despidiéndose. Ese iba a ser el último día que la niña volaría sobre los edificios cogida de la mano de Peter Pan.

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