
El edificio dista mucho de ser un ejemplo de diseño y buen gusto, es más bien feo, pero cuando la felicidad rebosa en una relación amorosa, el “contigo pan y cebolla” impide ver este tipo de cosas.
El micro piso, aunque pequeño como la casita de Pin y Pon, es cómodo, todo está a mano. Alargas el brazo y puedes coger las galletitas saladas del armario de la cocina mientras disfrutas, tumbado en el sofá, de la película de estreno del vídeo-club de la esquina en la televisión de 14 pulgadas, que aunque pequeña, como el sofá está tan cerca de la pantalla (si retiramos más el sofá derribaremos el tabique que nos separa del vecino) parece una televisión panorámica de última generación. Si la película dura más de dos horas se nos cansa la vista y a veces si te mueves demasiado, con la patilla de las gafas puedes, sin querer, cambiar de canal, que siempre ocurre cuando la trama está más interesante. Cuando terminas con las galletitas Cuétara, vuelves a alargar el brazo y te lavas las manos en el lavabo, con jabón de glicerina que dicen que cuida el pH de la piel, todo ello sin levantarte del sofá, pero con cuidado de no cambiar de canal otra vez. Mayor comodidad imposible, aunque estamos perdiendo vista a marchas forzadas, y es que nos gusta mucho el cine. Nuestra cinefilia es directamente proporcional a nuestro número de dioptrías.
El mayor problema son los vecinos, los adorables vecinos, que se pasean como alma en pena por los estrechos corredores de las plantas del edificio sin hacer apenas ruido; aunque otros hacen demasiado, pero estos últimos parecen más humanos. Los de apariencia fantasmagórica, son los peligrosos. Sales a comprar leche al supermercado de enfrente, un super que emite un eterno pí!, pí!, pí! cada vez que pasan un artículo por el rayo laser de la caja registradora, que se te mete en el cerebro y destruye poco a poco tus neuronas como si de una tortura china se tratase, es el problema de vivir en un entresuelo; en fín, a lo que íbamos, pues eso, que sales a comprar leche, porque el café solo me sienta fatal (debo tener un principio de úlcera o algo peor), y cuando estás cerrando la puerta de casa y te giras, chaaaannnn!!! ahí, a escasos centímetros de uno, aparece la vecina de más arriba, con grandes gafas (le debe gustar también mucho el cine) que resaltan una mirada fija y algo esquizoide, con un bastón en la mano y una chaquetilla gris y roída. Te mira y no dice nada. Sólo te mira, fijamente. Poco a poco te vas alejando pensando “no me voy a girar, no me voy a girar...” te giras! y chaaaannnn!!! sigue ahí, mirándote, y sin saber como, a recorrido el mismo numero de metros que tú, sin hacer nada de ruido. Creo que levita. Tengo miedo.
Cuando vuelves a casa susurras aliviado: “Amor! ya he comprado la leche... y sigo vivo” Que miedo!
En otra de esas rocambolescas historias, mi madre, que vive a un centenar de metros de nosotros, me dijo que una vecina la había parado por la calle y con aire de espía del KGB en plena guerra fría, la hizo retirarse a un lado de la acera y con voz pausada y sigilosa, mirando a ambos lados de la calle para que nadie la oyera, le dijo: “Su hijo a veces deja la ropa tendida varios días...” Mi madre se retiró poco a poco, como con miedo de que de repente le saltase a la yugular! Que miedo. Y es que también son ganas de preocupar a una pobre madre!
Así que nos vigilan!, controlan nuestros movimientos, cuando hacemos lavadoras, cuando tendemos y lo que es peor, cuando destendemos! Supongo que a estas alturas deben saber también que tipo de suavizante utilizamos. “Que horror! No utilizan jabón de marsella”, cuando se entere mi madre le va a dar un disgusto.
Otro tema es la limpieza de la escalera, una eterna lucha con la vecina de la puerta de enfrente: que si "no lo haces bien", que si "la escoba se coge de más abajo", que si "tienes que limpiar con Xampa porque con Ajax pino no queda tan bien y no brilla”, que ya me dirás tú que brillo quiere que se vea, si la escalera tiene dos bombillas de 25w. que dan una tibia luz grisácea, es casi una luz oscura, negra, impenetrable; cuando llegas de noche no sabes si has pulsado el botón de la luz o es el reflejo de la luna llena en los buzones de metal el que te salva de que te rompas la crisma subiendo unos peldaños tan estrechos y elevados que necesitas un piolet para llegar a casa, exhausto claro. Cuando la luna es menguante nunca salimos a cenar fuera, que bien mirado es otra forma de ahorro.
La señora de la panadería de enfrente, justo al lado del pí!, pí!, pí! del supermercado, nos comentó que el aparato del aire acondicionado que tenemos era un problema porque se posaban encima las palomas, le comenté que habíamos intentado varias estrategias para acabar con ellas, siempre por las buenas, claro!, ya que mi madre es una fiel defensora de todo bicho viviente y no queríamos hacerles ningún daño, a lo que respondió con cierto tono de amenaza: “pues vosotros mismos, pero sino acabáis con las palomas, los vecinos os harán quitar el aparato”, sólo pensar en los vecinos se me erizaron los pelos, le prometí que hablaría con el plumífero animal, “rruuuuu, rrruuuuu.....rruuuuu!” a ver si me hacían caso, pero que lo veía difícil y es que son muy suyas estas urbanitas aves. Espero que en este caso la gripe aviar nos ayude o los fantasmagóricos vecinos vendrán a por nosotros.
Tengo miedo.
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