Lejos de mis utópicas aspiraciones de poder saborear algún día un “menú degustación” en el Bulli de Ferran Adrià o en el Sant Pau de Carme Ruscalleda, y frente a la perpetua pizza Tarradellas en sus más variados sabores, atún y bacon o jamón y queso, me planteo como hemos llegado a tener en nuestro país a los mejores cocineros del mundo (y mira que somos gente en esta pelota que flota por el espacio), y no es de extrañar; a creatividad no nos gana nadie. Somos inventores del botijo, la fregona, el submarino, el Chupa-chups entre otros, con lo que para nosotros, deconstruir una tortilla o hacer un sorbete de garbanzos con hidrógeno líquido es pan comido, nunca mejor dicho.
La cocina, más aún la cultura culinaria, se remonta al descubrimiento del fuego (de eso hace ya algunos años) y a la posibilidad que eso dio a cocinar un solomillo de mamut al punto o muy hecho, dependiendo del gusto. La evolución, aunque lenta, ha sido prodigiosa y nos ha llevado en nuestros días a comidas increíbles, sabores nuevos y aromas que despiertan los sentidos, algo que se me antoja harto difícil que consiga la humeante pizza que adorna la mesa del comedor en estos momentos. Buen provecho.
La cocina, más aún la cultura culinaria, se remonta al descubrimiento del fuego (de eso hace ya algunos años) y a la posibilidad que eso dio a cocinar un solomillo de mamut al punto o muy hecho, dependiendo del gusto. La evolución, aunque lenta, ha sido prodigiosa y nos ha llevado en nuestros días a comidas increíbles, sabores nuevos y aromas que despiertan los sentidos, algo que se me antoja harto difícil que consiga la humeante pizza que adorna la mesa del comedor en estos momentos. Buen provecho.
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