2 sept 2017

En Tibidabo, muy a su pesar

Estimado Sr. Sostres,

Permítame que, cuanto menos, me sonroje su escrito sobre la visita que hizo al Tibidabo. Más allá de su retórica labrada entre la liturgia de sotana propia de colegio de pago venido a menos, y la rancia segregación elitista que usted mismo se profiere sin que los demás se la otorguen, destila un tufillo propio de otros tiempos.

Permítame que alabe y aplauda a los que hacen cola esperando su turno y respetan a quienes les preceden tanto como a los que les suceden; el tiempo de ellos es igual de valioso que el suyo o el de sus vástagos, tanto si se peinan en peluquería de barrio, o llevan gafa de pasta barata. Quien dedica su tiempo a esperar su turno educadamente y así se lo enseña a sus hijos, o se entrega al llenado del tuper diario con legumbres, merece no sólo todo mi respeto, si no mi más profunda admiración aunque su piel sea rugosa; es significativo su menosprecio, Sr. Sostres,  a las diferentes “texturas” de piel. En Tibidabo, muy a su pesar, todas las pieles son bienvenidas.

Su apocalíptica mirada desde la atalaya de su preeminencia hacia ese populacho, que somos todos menos usted - incluso algunos de Nou Barris para más INRI -, refleja el abolengo origen de sus valores caducos, donde las chachas hacen las colas, donde se confunde dinero con inteligencia, donde se desprecia al diferente si compra en el Día palitos de cangrejo, donde se juzga a las personas por sus camisetas, sean o no de descampado, y donde uno se acostumbra a que se la sacudan y sequen con papel de fumar - no vaya a ser -, y es que al tiempo es fácil creer que hay gente que ha nacido para aguantársela a uno. Como usted dice “te mereces trabajar aquí”, permítame una licencia creativa, añadiría “aguantando”, que en su caso es mucho aguantar. En Tibidabo, muy a su pesar, todas las creencias son bienvenidas.

La humanidad que grita en la pescadería, la que abuchea, la morralla del mar, la infantería del eructo, el contraste de los genios, esos “genios” con los que usted se identifica vehementemente buscando una idolatría nunca alcanzada; ¡esa humanidad es la que mueve el mundo! Es la humanidad del grito de merluza antes que del caviar iraní, del abucheo rotundo antes que de la sumisión profunda, del eructo sólido y conciso antes que de empolvarse la nariz, del contraste de la risa antes que de la solemnidad de la estupidez, es la humanidad de la vulgar frescura de la verdad antes que de la sectaria corrupción de la burda mentira, del que escucha y del que es escuchado antes del que hace oídos sordos. Es la humanidad solidaria hasta con los genios caídos o por caer. En Tibidabo, muy a su pesar, todos ellos son bienvenidos.


Si algún día de nuevo comete el error  - según usted - de volver con su hija al Tibidabo, permítame recomendarle que disfrute de sus risas sin prejuicios, que compartan emociones y algodón de azúcar, que se deje atender por una sonrisa sin aprensión, que se deleite con la panorámica sobre “l’estimada Barcelona de tots” aunque sus gafas sean caras, y que vuelva a casa agotado de sensaciones y experiencias y arrope a su hija en la cama sabiendo que los dos han compartido un día genial; porque Sr. Sostres, en Tibidabo, muy a su pesar, usted también es bienvenido.
   

1 comentario:

Montse dijo...

Brillante!