27 nov 2007

El desvío

Mi mujer estaba pendiente de las tostadas de pan de molde que se doraban lentamente; mientras, yo, introducía los gajos de las naranjas en la licuadora para extraerles hasta la última gota de vitamina C. La cafetera, siempre tan bulliciosa, se esforzaba por llamar nuestra atención con un fino pssssss..., cubriendo toda la cocina de vapor con aroma torrefacto que indicaba que el café estaba casi apunto. La pequeña radio, apoyada en la estantería de las especias, se abría hueco entre el orégano y la pimienta negra con la retahíla de noticias del día, estado de las carreteras, la previsión del tiempo, y la última cotización del dólar en Bolsa desde el dial de la Sky News. Esa sinfonía de pequeños electrodomésticos, Obertura de desayuno en Do Mayor, se repetía cada día a las siete y media de la mañana con la voz del barítono locutor de la emisora como único solista. Mi mujer y yo permanecíamos casi siempre en silencio; especialmente aquella mañana. La conversación de la noche anterior nos había dejado a los dos; además de con un leve dolor de cabeza, fruto de una resaca no deseada por el vino de oferta del take-away de la esquina; meditando una decisión importante que tomar. Añadimos al desayuno unas pastillas efervescentes de Alka-Seltzer disueltas en agua. Mientras las redondas pastillas dejaban ir burbujas y se movían a ritmo frenético en el interior del vaso, enloquecidas en su propio festival farmacológico, los dos sosteníamos la pócima y mirábamos el vaivén de los comprimidos ensimismados en nosotros mismos.
Después del desayuno, tras la rutinaria introducción de los vasos y platos en el lavavajillas seleccionando el programa nº3, lavado rápido, nos despedimos hasta la hora de la cena.
El trayecto con eterna caravana de vehículos que cubría como una alfombra de patchwork el puente de Queensborg, a su paso por Roosevelt Island, para desembocar en la 59 en dirección a la oficina, se me hizo corto, necesitaba más retenciones para seguir dándole vueltas al asunto, deseaba el mayor atasco de la historia de Manhattan para poder pensar un poco. Una vez en la oficina, pensar en otra cosa que no fueran los objetivos de la empresa era imposible; el teléfono no dejaba de sonar con un timbre desagradable y áspero, el display de leds rojos con los títulos y su cotización a tiempo real recorriendo la pared de enfrente como hormigas, y las pantallas de los ordenadores con sus cambiantes, casi vivos, gráficos de los índices de la bolsa requerían toda mi atención, si no quería hacer perder un montón de dólares a los clientes de la compañía, y junto al papel moneda lógicamente mi trabajo.
Cuando llegué a casa, Mery había preparado la mesa para cenar, incluso había encendido un par de velas, de las que sólo prendíamos en Navidad o en el Día de Acción de Gracias, y que daban a la estancia una calidez acogedora y agradable.
Mi mujer decantó el vino, que esta vez era de importación, un vino bueno y caro, de España, y brindamos. Hasta ese momento nadie había hablado del tema, pero las miradas lo decían todo, un brillo fugaz en sus ojos a la luz de las velas me estaba dando su opinión.

- Nos vamos – dijo Mery sonriendo.

En aquel momento los pensamientos se alborozaron en mi cabeza y la sangre se acumuló ruborizada en las orejas, como cuando era niño y me pillaban haciendo travesuras, me era imposible mentir, mis orejas siempre me delataban, eran, y son todavía, unas bocazas.
Yo lo deseaba tanto como ella, pero me molestó el hecho de que la decisión fuese sólo suya, ni siquiera tuvo la delicadeza de preguntar mi opinión, o lo que yo había pensado del tema, que con el día que había tenido en el trabajo y la poca caravana de regreso a Queens era nada. Estaba acostumbrado a que las decisiones importantes siempre las había tomado Mery, con anterioridad había sido mi madre quien decidía por mí, es bueno saber escuchar. Aunque esta vez no iba a ponérselo tan fácil.

- ¿ Y quién va a regar las plantas del jardín ? – Le dije mientras movía la cabeza lentamente de arriba abajo y esbozaba media sonrisa, aseverando así lo inteligente de la pregunta.

A Mery la pregunta le debió parecer una estupidez, y la verdad es que lo era, puesto que su sonora carcajada inundó varias calles del barrio. Tenía una risa grande y pegadiza de la que siempre me contagiaba rápidamente, entonces reíamos juntos, era un contagio inmediato como cuando compartíamos cada año la amorosa y febril gripe hivernal.

Aquella noche apenas dormimos, con un mapa de Estados Unidos sobre la mesa decidíamos lugares de visita, tiempo de estancia, dólares necesarios... el recorrido lo haríamos con el 4x4 plateado, un vehículo suficientemente grande como para dormir en él en caso de necesidad. Firmes, en las dos costas del mapa, uno en Nueva York y otro en Los Ángeles, desde el mantel, dos centinelas Häagen Dazs de vainilla con nueces de Macadamia vigilaban nuestro teórico recorrido sobre el plano mientras los íbamos vaciando poco a poco, saboreando así cada una de nuestras decisiones. Planteamos el viaje con una duración aproximada de un año. Necesitaríamos sólo un par o tres de meses para tener todos los preparativos dispuestos y emprender la marcha, así pues a finales de Octubre partiríamos hacia la costa Oeste.
Los dos íbamos a dejar nuestros respectivos y sedentarios trabajos y nos lanzaríamos a la aventura. Ambos lo deseábamos desde hacía tiempo y había llegado el momento. Ahora o nunca.
Aquella noche de Julio compartimos ilusiones renovadas, nos vimos el uno al otro de forma distinta, mejores, e hicimos el amor con una pasión desconocida, una pasión que seguramente se había perdido en algún cajón junto a las facturas. Sobre el mapa del país, encima de la mesa, llegamos al orgasmo en varias ocasiones, una en Oklahoma, otra en Texas, yo no pude llegar a Nevada, pero Mery paso por allí con una exhalación e incluso visitó Oregón entre suspiros y jadeos.
Al día siguiente, sin apenas haber descansado pero con una sonrisa dulce Mery se ocupaba de la cafetera, yo a su vez cambié el dial de la radio sin pensar, la pequeña aguja se aposentó sobre Music One, las notas se mezclaron con el perfume a café y ambos nos pusimos a bailar cogidos de las manos entre tostadas con mantequilla y pentagramas musicales con sabor a naranja recién exprimida; el locutor de la Sky News ya no tenía cabida en nuestro nuevo proyecto.
A mediados de Septiembre ya estaba casi todo preparado para partir, fue entonces cuando Mery se quedó embarazada. Era un desvío de la ruta que no aparecía en el mapa.
En la pequeña radio de la cocina, entre el orégano y la pimienta negra, se volvieron a escuchar las noticias de la mañana, el estado de las carreteras y la previsión del tiempo.

No hay comentarios: