Estimado Sr. Sostres,
Permítame que, cuanto menos, me sonroje su escrito sobre la visita que hizo
al Tibidabo. Más allá de su retórica labrada entre la liturgia de sotana propia
de colegio de pago venido a menos, y la rancia segregación elitista que usted
mismo se profiere sin que los demás se la otorguen, destila un tufillo propio
de otros tiempos.
Permítame que alabe y aplauda a los que hacen cola esperando su turno y
respetan a quienes les preceden tanto como a los que les suceden; el tiempo de
ellos es igual de valioso que el suyo o el de sus vástagos, tanto si se peinan
en peluquería de barrio, o llevan gafa de pasta barata. Quien dedica su tiempo
a esperar su turno educadamente y así se lo enseña a sus hijos, o se entrega al
llenado del tuper diario con legumbres, merece no sólo todo mi respeto, si no
mi más profunda admiración aunque su piel sea rugosa; es significativo su
menosprecio, Sr. Sostres, a las
diferentes “texturas” de piel. En Tibidabo, muy a su pesar, todas las pieles
son bienvenidas.
Su apocalíptica mirada desde la atalaya de su preeminencia hacia ese
populacho, que somos todos menos usted - incluso algunos de Nou Barris para más
INRI -, refleja el abolengo origen de sus valores caducos, donde las chachas
hacen las colas, donde se confunde dinero con inteligencia, donde se desprecia
al diferente si compra en el Día palitos de cangrejo, donde se juzga a las
personas por sus camisetas, sean o no de descampado, y donde uno se acostumbra
a que se la sacudan y sequen con papel de fumar - no vaya a ser -, y es que al
tiempo es fácil creer que hay gente que ha nacido para aguantársela a uno. Como
usted dice “te mereces trabajar aquí”, permítame una licencia creativa,
añadiría “aguantando”, que en su caso es mucho aguantar. En Tibidabo, muy a su
pesar, todas las creencias son bienvenidas.
La humanidad que grita en la pescadería, la que abuchea, la morralla del
mar, la infantería del eructo, el contraste de los genios, esos “genios” con
los que usted se identifica vehementemente buscando una idolatría nunca
alcanzada; ¡esa humanidad es la que mueve el mundo! Es la humanidad del grito
de merluza antes que del caviar iraní, del abucheo rotundo antes que de la
sumisión profunda, del eructo sólido y conciso antes que de empolvarse la
nariz, del contraste de la risa antes que de la solemnidad de la estupidez, es
la humanidad de la vulgar frescura de la verdad antes que de la sectaria
corrupción de la burda mentira, del que escucha y del que es escuchado antes
del que hace oídos sordos. Es la humanidad solidaria hasta con los genios
caídos o por caer. En Tibidabo, muy a su pesar, todos ellos son bienvenidos.
Si algún día de nuevo comete el error
- según usted - de volver con su hija al Tibidabo, permítame
recomendarle que disfrute de sus risas sin prejuicios, que compartan emociones
y algodón de azúcar, que se deje atender por una sonrisa sin aprensión, que se deleite
con la panorámica sobre “l’estimada Barcelona de tots” aunque sus gafas sean
caras, y que vuelva a casa agotado de sensaciones y experiencias y arrope a su
hija en la cama sabiendo que los dos han compartido un día genial; porque Sr.
Sostres, en Tibidabo, muy a su pesar, usted también es bienvenido.