FORMENTERA “Paradise Island”

Una vez más, buscando un pequeño paréntesis en el calendario anual laboral, me he escapado a Formentera unos días.
Una isla que acoge a sus visitantes de forma amable, sin estridencias, te adaptas al medio a las pocas horas de llegar, te mimetizas con el entorno, con sus playas, con sus gentes; siempre y cuando dejes que la respiración lenta y profunda de la isla entre en ti, sin barreras.
El tema común de muchos autóctonos es la invasión, infestación en julio y agosto (evitar esos meses si es posible), de aquellos turistas (italianos sobre todo) que desean transformar la isla en una colonia de Ibiza de chumba-chumba y luces de neón, que aunque a pocas millas náuticas (sólo se llega en barco), nada tiene que ver con esta última.
Formentera es otra cosa. Recorrer sus caminos con dulce olor a higos maduros, dejar que el tibio sol acaricie suavemente tu piel, dejarte flotar en aguas cristalinas mecido por la Posidonia, comer “calamarcets a la bruta” o “cargols amb sobrasada”, son placeres que los hedonistas como yo nos hacen reafirmarnos en nuestras propias convicciones y, como un imán, nos hacen volver año tras año. Parece que no es un caso excepcional, quien conecta con la isla no puede volver a desligarse.
Más que un viaje, visitar Formentera, es encontrarte con tu yo más profundo, como en la película “Lucía y el sexo” de Julio Médem y la B.S.O. que la acompaña de Alberto Iglesias (muy recomendable); la isla tiene un vaivén, te mece, es como si estuviera toda ella flotando en medio del Mediterráneo y tú con ella. Sólo tienes que dejarte llevar, ¿adónde?, que más da.