El sonido del saxo se colaba por el patio interior desde el sótano donde se escondía el club Blacknight. Los lamentos de las notas graves y pesadas ascendían lentamente buscando la luna, casi siempre agazapada tras una nube gris.
Música y tintineo de vasos de tubo de copas terminadas, rumor de voces indescifrables y risas acompasadas aterrizaban en mi ventana del tercer piso donde me apostaba a escuchar.
Algunos sábados se añadía a la receta la melodía de un piano de madera que trataba de abrirse paso entre el humo del tabaco.
Mi estancia en aquel pequeño y húmedo apartamento de Londres fue corta, suficiente para enamorarme del Jazz.
2 comentarios:
Mi romance con el jazz nunca ha prosperado lo suficiente..
Un besín
A veces es un amante un poco esquivo, no sé si por timidez...
Un abrazo.
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