8 nov 2010

Vida de acelga

La ciudad me escupió con el paso del tiempo, el cemento amontonado lentamente en mis arterias hacía dificultoso el tránsito de mis fluidos internos que me mantenían atado a esta vida, que es la mía; me costaba cada vez más subir escaleras. La ciudad me expulsó del terreno de juego con tarjeta roja y sin posibilidad de protesta.

Urbanita de nacimiento, y apológico de las virtudes y comodidades que las grandes ciudades proporcionan; negando, como dogma de fe, defectos y ahogos estrésicos que le son propios, he tenido, sin demasiado esfuerzo, que acabar renegando de la ciudad.

He descubierto, no demasiado tarde, el silencio, el rocío humedeciendo las flores, el constante aroma a tierra mojada, a hierba recién cortada, a leña crepitando en el salón y que llena la estancia de un humo casi imperceptible de bienestar.

Despierto al cantar de los pájaros sin jaula y veo como crecen las verdes acelgas en el patio.

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